«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Con este juego de palabras entre la semántica del ser y del estar, pretendía minimizar Antonio Machado el hecho que abalanza a ricos y menesterosos y que “toca con el mismo pie las chozas de los pobres y las torres de los reyes”. Literatura a fin de cuentas que quizás pueda dar consuelo generalizado; pero que poco sirve para evitar la pena de no poder disfrutar más, vivir más, experimentar más, al ser querido que nos ha abandonado para siempre. No pretenden ser baladíes estas palabras ni rellenar huecos con ínfulas ilustradas, antes al contrario; solo pretenden hacer justicia a la lección de vida que nuestro hermano gaudioso Javier nos proporcionó desde la génesis de esa eufemística “terrible enfermedad”. Llevaba con nosotros dos años; pero algunos lo conocíamos desde hace mucho tiempo. Era una persona afable, cariñosa y siempre dispuesta a vivir la vida. Sirvió de anfitrión a un gran tertuliano: su hermano Ignacio, que nos visitó en enero del año pasado. Ya andaba malo; pero su sempiterna sonrisa solo dejaba resquicios para la esperanza. Hablar con él era un chute de ilusión y de anhelos más deseados que reales; pero así era él y así se mantuvo hasta el momento final. Nos preocupaba porque éramos sabedores de lo que había; pero nunca porque él se encargara de exteriorizar otra cosa que no fuera optimismo y confianza en el mañana, que para él, ha resultado ser muy corto, demasiado corto. Maldita “terrible enfermedad” que te sigues llevando a buena gente mucho antes de su hora. Descansa en paz, querido y añorado Javier.