Tertulia de San Gaudioso y San Filastro
El arte de compartir experiencias de vida alrededor de una buena mesa
La pluralidad en la elección de nuestros invitados no es más que un reflejo de los propios constituyentes de la tertulia que, pormenorizadamente en su relato de vida, podrás leer en el link correspondiente.
Nuestra génesis tertuliana se remonta a 2014. Tras más de cuarenta años de avatares, de episodios de juventud, de amores de azahar y de recuerdos de veranos que nunca debieron terminar, el tiempo, testigo inexorable del paso de la vida, nos ha brindado la oportunidad de crecer juntos y de experimentar juntos. Así las cosas decidimos que tocaba escuchar en vez de tanto hablar. Por ello, un viernes siete de marzo del año ut supra, nos reunimos por primera vez para otorgar estatutos sin escribir y carta de naturaleza a esta tertulia, ya consolidada, en la que ofreceríamos nuestros oídos a todo aquel que quisiera prestarnos su palabra; por supuesto siempre en derredor de buenas viandas y mejores caldos.
El hecho se había consumado. Entramos en la Taberna del Alabardero, nuestra sede oficiosa, como individuos y salimos como miembros de esta tertulia de la que hoy visitas su espacio virtual. Hasta aquí la exposición de motivos. Falta la adversativa: ¿pero por qué San Gaudioso y San Filastro? De todos es conocida la ancestral costumbre de reflejar en los nombres de los hijos el santoral de turno. Con esto evitábamos las largas trifulcas de café y copa en las que cada uno iba a ofrecer su praenomen, su nomen e incluso su cognomen. Dicho y hecho. Tras corta deliberación decidimos que los Santos Gaudioso y Filastro, cuya efeméride se celebra ese día siete de marzo, serían los portadores del nomenclátor del que hoy disfrutamos.
Nos faltaba un logo. También fue hacedero. En esta Sevilla barroca que todos amamos y criticamos con vehemencia cuadraba perfectamente la imagen que acicala y atavía la catacumba napolitana en la que nuestro San Gaudioso descansa.
No hay más. Aquí estamos. Aquí nos tienes.
Nuestros Santos patronos
Da nombre a nuestra tertulia por ser la onomástica el día de su fundación, y obedeciendo a los viejos cánones las tertulias adopta el nombre de uno de los santos del día.San Gaudioso fue, en la primera mitad del siglo V, el duodécimo obispo de Brescia, como resulta de un discurso pronunciado por el obispo Ramperto, en el cual, con ocasión del traslado del cuerpo de san Filiastro, desde la iglesia antigua de San Andrés a la iglesia de Santa María, dio la lista de treinta y tres obispos que se habían sucedido hasta ese momento en la sede bresciana. El hagiógrafo Ughelli, que indica erróneamente a Gaudioso con el nombre de «Gaudentius II», le asigna trece años de episcopado, y la «Vies des Saints» escrita por los benedictinos de París colocan la muerte de Gaudioso en el 445. Es cierto en todo caso que murió antes del 451, porque en ese año su sucesor, Ottaziano, firmó la carta sinodal del episcopado lombardo dirigida a san León Magno contra el monofisismo de Eutiques. Según los martirologios Romano y Bresciano, Gaudioso murió un 7 de marzo. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia parroquial de San Alejandro donde -como recuerda en la «Bibliotheca Sanctorum» el sacerdote Alfredo Brontesi, profesor bresciano- permanece escondido hasta 1454; «En aquel año -continúa el profesor-, queriendo Gentile da Leonello, Generalísimo de los ejércitos de la República Véneta, hacer obras de restauración en la iglesia de San Alejandro, los huesos de Gaudioso, encontrados en una rústica caja de piedra, fueron objeto de un solemne reconocimiento.» Puestos a resguardo en la capilla de la familia Da Ponte durante la tempestad revolucionaria de fines del XVIII, en 1823 fueron restituidos a la iglesia de San Alejandro.
Entra a formar parte del nombre de nuestra tertulia por la importancia en el descubrimiento de nuestro primer titular. No sabemos exactamente dónde nació san Filastro. Lo cierto es que abandonó su país natal, su herencia y la casa de sus padres, como Abraham, para cortar todos los lazos que le ataban al mundo. Viajó por varias provincias haciendo la guerra a los infieles y a los herejes, particularmente a los arrianos, cuyos errores se habían propagado por toda la Iglesia. Tan grandes eran el celo y la fe de Filastro, que se regocijaba, como el Apóstol, de sufrir por la verdad y de llevar en su cuerpo las marcas de los terribles latigazos que había recibido por afirmar la divinidad de Jesucristo. En Milán se opuso vigorosamente al arriano Auxencio, quien estaba tratando de acabar con la Iglesia en aquella diócesis. Igualmente predicó y discutió con los herejes en Roma. Después se trasladó a Brescia, donde fue elegido obispo y cumplió sus deberes pastorales con un celo inmenso. Alban Butler dice que Filastro no igualaba en ciencia a San Ambrosio y San Agustín, sus contemporáneos, pero lo compensaba abundantemente con el ejemplo de su vida, con su espíritu de humildad y piedad y con su entrega infatigable a sus deberes pastorales. San Filastro demostró claramente que un hombre de cualidades normales es capaz de obrar maravillas cuando posee una gran virtud. Para defender a sus fieles contra los errores en materia de fe, Filastro escribió el «Catálogo de Herejías». En dicha obra no toma la palabra «herejía» en su sentido teológico estricto, ya que incluye entre las herejías algunas opiniones simplemente discutibles y llega hasta a llamar «herejes» a los que dan a los días de la semana sus nombres paganos (esta extensión tan amplia
del término hereje era bastante común en la antigüedad). La obra carece de valor en sí misma, pero es interesante por la luz que arroja sobre las obras de otros escritores de la época, como por ejemplo, la de san Hipólito. En su panegírico de san Filastro, san Gaudencio alabó su modestia y su trato apacible y bondadoso. La liberalidad de san Filastro no alcanzaba sólo a los pobres, sino que se extendía también a los comerciantes y negociantes para que pudiesen ensanchar sus empresas. San Agustín conoció a san Filastro en Milán, junto con san Ambrosio, hacia el año 384. san Filastro murió antes que su metropolitano, san Ambrosio, el cual nombró a san Gaudencio para sucederle en la sede de Brescia.
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